EL ARBOL Y
SU FRUTO
Ya hacía un árbol muy viejo y sabio que había
nacido sobre un peñasco con vista al mar, bajo su custodia cientos de
hojas nacían, crecían y morían. Quien
sino él conocía el paso del tiempo el cual vivía día a día, con paciencia
cientos de amaneceres y atardeceres se presentaban bajo su sombra en el azul
del profundo mar.
Luz y oscuridad, el viejo árbol vivía y moría
con cada otoño, con cada invierno que implacable aparecía una vez al año. Y sus
frutos, ha esos hermosos y delicados frutos que nacían dentro de sus entrañas.
Vida y muerte, un juego del tiempo al que ya se había acostumbrado.
Un día uno de sus frutos, el más pequeño de
esa cosecha le dijo:
-
- Lo serás, si vuelas- le contestó
amoroso el centenar árbol.
- -
Por qué tengo que alejarme de ti-
le preguntó en un tono triste.
El árbol en su inmensa sabiduría le contesto:
- - Porque a mi lado crecerás sano y
saludable, pero al caer mi sombra te impedirá que crezcas y te desarrolles.
Aunque mi amor quiera protegerte te ahogarías y morirías bajo mi sombra. Por
eso debes irte, buscar tu propio camino, forjar tu destino y volar.
El pequeño fruto se quedó pensativo y un poco
molesto – es que no me quiere por eso dice que me vaya – se dijo así mismo.
En ese momento se le acercó un albatros, una
majestuosa ave de plumaje blanco con la punta de sus alas manchadas de color
oscuro, su pico con forma de gancho y de color naranja.
- -
Uf, que cansado estoy – dijo,
mientras se posaba bajo una de las ramas del viejo árbol - hola querido amigo días sin verte, veo que
estas en época de cosecha.
- - Si – le contestó – ¿hacia adónde
te diriges hoy? – le preguntó.
-
- Hacia unas islas en el Caribe, es
un hermoso lugar para vivir, casi como aquí pero más bello, con arenas color
perla y playas que imitan al jade.
- - ¡Ey! Tú- dijo dirigiéndose a su
pequeño fruto- ¿aún quieres ser grande y fuerte? – le preguntó.
- - Sí – le contestó con firmeza.
- - Entonces- dijo dirigiéndose al ave - albatros,
arráncalo de mi y llévatelo con tigo.
El albatros sorprendido, obedeció de inmediato
las órdenes del árbol y con el gancho de su pico arrebató el pequeño fruto. Este
dejando salir un pequeño gemido de dolor, vio hacia atrás lo que había sido su
vida, su sustento, el único amor que había conocido.
- - No quiero irme aún- grito con
todas sus fuerzas- no estoy listo, no puedo vivir sin ti, sin tu protección. No
puedo comenzar de cero – decía mientras el ave alzaba el vuelo.
- - Es hora de vivir - fueron las únicas palabras que escuchó de
aquel árbol.
El viaje fue largo, la última imagen que había
registrado el fruto era el árbol que había visto majestuoso convertirse en pequeño
frente a sus ojos y desaparecer con cada
aleteo del ave que ahora era su único sustento.
- -Ya casi llegamos - dijo por fin el
albatros – no te pongas triste sobrevivirás, eres fuerte, eres hijo de ese
árbol centenar. El fruto, no respondió.
Después de un rato de solo vislumbrar el
inmenso mar, llegaron a una increíble isla que era mucho mejor que lo que el
ave había descrito. El albatros aterrizó en un peñasco y le dijo al fruto.
- - Hoy voy a desgarrarte, eso será
muy doloroso ya que solo la semilla puede crecer, si no lo hago te pudrirás poco
a poco desde adentro hasta morir definitivamente y ese no es el objetivo.
El pequeño fruto sintió miedo no quería ser
destrozado, no sobreviviría pensó.
- - Es hora le dijo el ave – mientras
insertaba el cruel pico en sus suave centro. Luego abrió un hueco y enterró la
semilla en el lugar que había escogido para él, lejos de posibles depredadores,
cerca de la vida: el agua y la luz.
El fruto, hoy convertida en semilla, durmió. Se echo al sueño profundo donde le arrullaba su madre, la tierra. Después de
algún tiempo, era hora de salir y poco a poco la luz fue su principal aliada
para construir una nueva vida.
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